Esta anécdota me la contó Carlos Vivas, de la provincia Yucatán, de México:
En su manada (hace algunas lunas, claro), había un niño, buen niño, como muchísimos que llegan a nuestras selvas escultas... Lo que hacía peculiar a este pequeño, Pablito para mayores señas, era su desmedida timidez; "cero expresividad, pues".
El asunto no era menor, puesto que los viejos lobos llegaron no sólo a preocuparse, sino a ocuparse del caso.
Decidieron, como suele hacerse en la vida scout, recurrir a un muy socorrido pero no por ello poco efectivo remedio: darle responsabilidades. Crearon una nueva seisena, lo pusieron al frente y poco a poco lo fueron haciendo sacar "el líder que llevaba dentro".
Al correr del tiempo un día llegó al Akela Carlos la noticia de que a Pablito ya no se le aguantaba ni en la escuela ni en la casa: ahora no se callaba, no dejaba de hacer diabluras. Y como se imaginarán en este viejo lobo y sus compañeros de selva brotó una secreta sonrisa de satisfacción: ¡vaya que el escultismo puede ser importante en la transformación de las personas!
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