
Al Chapu lo conocí el día que llevé a mis hijas al grupo scout que nos recomendaron. Él era el Akela de la manada de la Rivera del Río Waigunga, del grupo 3 y antes había sido el jefe de la manada del grupo 7, hasta que por diferentes motivos tuvo que cerrar.
Con el paso de los sábados lo fui conociendo un poco más. En un momento de esos que suceden por lo arranques que muchos ex-scouts padecemos cuando llevamos a nuestros hijos a un grupo activo, me convertí en el Baloo de la manada. Entonces fue surgiendo la amistad.
Hace un par de días murió el papá del Chapu. Invité a Adriana, mi hija mayor, a que me acompañara y nos fuimos al velatorio. Cuando llegué sentí cierta felicidad, nada sádica, por cierto: la familia estaba muy tranquila, viviendo con fe la despedida de su patriarca. Y con ellos estábamos muchos scouts: ellas y ellos que el Chapu fue conociendo desde que era un tropero que fue a hacer servicio para el acto que el Papa Juan Pablo II realizaría en el Valle de Chalco, en una de sus visitas a México y cuya inquietud permanente le valió el sobrenombre de Chapulín.
Eso conforta: saber que en el escultismo no sólo aprendemos cosas que nos permiten ser buenos ciudadanos, sino que nos da amistades, hermandad, un gran cariño que sale a flote cuando los momentos fuertes de la vida nos convocan, como lo fue la muerte del papá del Chapu.
Mi fe cristiana me dice que ese es un verdadero regalo del amor de Papá Dios: nos da hermanos a quienes amar... y el escultismo nos los acerca.
Con el paso de los sábados lo fui conociendo un poco más. En un momento de esos que suceden por lo arranques que muchos ex-scouts padecemos cuando llevamos a nuestros hijos a un grupo activo, me convertí en el Baloo de la manada. Entonces fue surgiendo la amistad.
Hace un par de días murió el papá del Chapu. Invité a Adriana, mi hija mayor, a que me acompañara y nos fuimos al velatorio. Cuando llegué sentí cierta felicidad, nada sádica, por cierto: la familia estaba muy tranquila, viviendo con fe la despedida de su patriarca. Y con ellos estábamos muchos scouts: ellas y ellos que el Chapu fue conociendo desde que era un tropero que fue a hacer servicio para el acto que el Papa Juan Pablo II realizaría en el Valle de Chalco, en una de sus visitas a México y cuya inquietud permanente le valió el sobrenombre de Chapulín.
Eso conforta: saber que en el escultismo no sólo aprendemos cosas que nos permiten ser buenos ciudadanos, sino que nos da amistades, hermandad, un gran cariño que sale a flote cuando los momentos fuertes de la vida nos convocan, como lo fue la muerte del papá del Chapu.
Mi fe cristiana me dice que ese es un verdadero regalo del amor de Papá Dios: nos da hermanos a quienes amar... y el escultismo nos los acerca.
jrrv, julio 2008
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