Para la Danza de Tabaqui, la Manada se divide en dos secciones. La mitad de los lobatos –con un jefe que es Shere Khan- son los Tabaqui, y la otra mitad son los Lobos, quienes, por supuesto tienen con ellos a Mowgli.
Los tabaqui y Shere Khan representan su parte primero, mientras los lobos descansan y esperan en un extremo del salón (o del campo).
Los chacales forman un círculo alrededor de Shere Khan que se pasea orgulloso en el centro, fanfarroneando cuanto le es posible, y parece retar a todos y a cada uno para pelear con él, diciendo: “Yo soy Shere Khan, el Tigre Rey”. Y los chacales conforme se mueven a su alrededor, murmuran: “Chacal, chacal”.
De pronto uno de los Tabaqui sale del círculo, se arrastra hasta Shere Khan y le hace una profunda reverencia. Shere Khan, tan sólo por diversión, tira una patada a su seguidor. El chacal esquiva el golpe, hace otra profunda reverencia como si dijera “gracias” y regresa corriendo a su lugar. Todo este tiempo ha estado a la vista de Shere Khan, pero tan pronto como queda a la espalda del tigre, se produce en él un cambio radical, dejar de hacer caravanas y le hace una mueca Shere Khan.
“Bonito grupo de Lobatos, ¿no es verdad?” Pero veamos. Los lobos comienzan a moverse. Se arrojan sobre los Tabaqui y cada uno de ellos apresa a uno de estos animales rastreros. Cuando el ruido y la lucha han terminado y los lobos con sus cautivos descansan de nuevo quietos, Shere Khan, que ha estado un poco nervioso por el tumulto, mira a su alrededor, ve que se encuentra solo y piensa así: “soy más grande aún de lo que yo pensaba”. Y ruge: “soy Shere Khan, el Tigre Rey”, con la esperanza de que lo oigan los habitantes de la selva y lo crean. Los habitantes de la selva podrán creerle, pero Mowgli ha sabido siempre que el tigre no es sino un fanfarrón cobarde, y ahora avanza hacia él muy despacio, con un brazo extendido (señalándolo con el dedo) y sus ojos fijos en los del tigre. Shere Khan no puede ver al hombre, siente miedo y aun cuando continúa diciendo que él es el Tigre Rey, se va humillando hasta tenderse a los pies de Mowgli.
Con esto termina la danza y la Manada entera corre a formar el Círculo de Parada.
Tal vez crean que ésta es una danza difícil, pero realmente vale la pena enseñarla, porque los verdaderos lobatos hacen de ella algo muy interesante y sugestivo.
Otros, por supuesto, la echan a perder por no posesionarse de su papel. Todo el éxito depende de una cosa: de que en la Manada haya verdaderos lobatos, que detesten a los pretenciosos, o por el contrario, que ninguno se haya tomado el trabajo de pensar siquiera en ellos.
BADEN-POWELL, Robert, Manual del lobato, Ediciones scout, México 2005.
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